La salud del planeta, al límite
Julio de 2022 Llevamos décadas viviendo al límite. La capacidad del planeta tierra para compensar y regenerar sus procesos naturales y ecosistemas está agotándose. Las decisiones y acciones que tomemos en la era geológica del Antropoceno, denominación reclamada por la comunidad científica en referencia a la actualidad, es clave para garantizar la salud del planeta y, con ella, nuestra supervivencia.El Cuaternario es la actual época geológica del planeta Tierra, que comenzó hace 2,59 millones de años cuando apareció el primer Homo sapiens, se extinguieron grandes especies vegetales y animales y comenzaron a predominar aves, mamíferos y en definitiva, una flora y fauna muy parecida a la actual. El Cuaternario está conformado por dos etapas: el Pleistoceno (que abarca las últimas glaciaciones y se corresponde con el Paleolítico arqueológico) y el Holoceno (periodo interglaciar que comenzó hace unos 12.000 años y que transcurre hasta nuestros días).
La comunidad científica lleva tiempo abogando por una actualización de esta convención que resulte en el reemplazo o sucesión del Holoceno por el Antropoceno, debido al impacto global que las actividades humanas han tenido y tienen sobre los ecosistemas terrestres. Hoy nos encontraríamos, de acuerdo a esta eventual actualización, en esa época geológica cuya inauguración se situaría hace unos 200 años, en la Revolución Industrial.
Resiliencia
La resiliencia es la capacidad de un sistema, ya sea un individuo, un bosque, una ciudad, una economía o el planeta Tierra en su conjunto, para hacer frente al cambio, a las adversidades y continuar desarrollándose y funcionar. La resiliencia parte de la creencia de que los seres humanos y la naturaleza están intrínsecamente acoplados hasta el punto de que deben concebirse como un único sistema.
El problema surge de la sensación prevaleciente de desconexión con la naturaleza y del olvido permanente de que humanos y naturaleza interactuamos, nos adaptamos e impactamos mutuamente. Esta coexistencia provoca nuevos procesos en los ecosistemas cuyos efectos resultan, por un lado, desconocidos e impredecibles (por nuevos), y por otro, irreversibles.
Es indudable que las personas a lo largo de la historia hemos conseguido modificar el planeta para satisfacer las necesidades, demandas y preferencias de una población creciente. Pero dicho logro -cómo lo hemos conseguido- está resultando ser insostenible porque muchas de esas modificaciones a las que hemos sometido al planeta han hecho que se rompan las costuras, que se hayan superado ciertos límites .
El Centro de Resiliencia de Estocolmo desarrolló en 2009 el concepto de límites planetarios a partir de la identificación de nueve procesos clave para la estabilidad de la Tierra que se han visto modificados desde el inicio del Antropoceno. Han identificado también los umbrales a partir de los cuales dicha estabilidad no está garantizada y con ella, la habitabilidad de la Tierra.
Los nueve límites planetarios
Son nueve a pesar de que a menudo pareciera que solo existe uno, el cambio climático. Si no conseguimos cumplir con el Acuerdo de París adoptado en 2015, que conmina a reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), principalmente el dióxido de carbono (CO2) antes de 2050, la temperatura del planeta se elevará por encima de un umbral a partir del cual se desencadenarán eventos climáticos extremos de consecuencias dramáticas. Como aún estamos a tiempo de desacelerar el aumento de la temperatura y no superar el una elevación de 1,5ºC con respecto a la temperatura que se registraba al inicio de la Revolución Industrial (allá por 1850), nos mantenemos en la zona de riesgo relativamente controlado. Asumiendo, eso sí, que muchos procesos ya son irreversibles: deshielo, elevación del nivel del mar, olas de calor más intensas y crecientes, sequías, lluvias torrenciales, etc.
La integridad de la biosfera supone contar con ecosistemas saludables que nos provean de aire limpio, suelos fértiles, agua dulce, mecanismos naturales de polinización de los cultivos, flora y fauna, y muchas otras. La integridad de la biosfera ha sufrido cambios durante la historia de la humanidad, pero no hay precedentes de los niveles actuales de pérdida de biodiversidad y ecosistemas, según WWF. Desde 1970, las poblaciones de vertebrados se redujeron en un 60% y las de agua dulce en un 83%. Esta debacle es especialmente pronunciada en los trópicos.
El cambio en los usos del suelo consiste en la transformación de bosques, pastizales, humedales, tundras y otros tipos de vegetación principalmente en tierras para su uso en actividades agrícolas y ganaderas. Relacionado con el cambio climático (límite 1), la deforestación -un cambio en el uso del suelo- tiene un enorme impacto en la capacidad del clima para regularse, y también en la protección de la biodiversidad (límite 2).
Los flujos bioquímicos abarcan principalmente los ciclos del fósforo y el nitrógeno, elementos esenciales para el crecimiento de las plantas (límite 3), pero cuyo uso excesivo en forma de fertilizantes nos sitúa en zona de riesgo. ¿Por qué? Porque parte del fósforo y nitrógeno aplicados a los cultivos termina en el mar, obligando a los sistemas acuáticos a traspasar sus propios umbrales ecológicos. En España tenemos el ejemplo de la laguna del Mar Menor afectada por la superación de este límite 4.
Con respecto al agua dulce y el ciclo del agua, a pesar de que la Tierra es el planeta azul, solo el 2,5% del agua es dulce, un porcentaje cada vez menor por los usos y abusos que de ella hacemos. Si bien la desalinización es técnicamente posible, consume mucha energía y es fuente de contaminación de los ecosistemas costeros, por lo que no puede asumirse como una solución universal para garantizar agua para todos y evitar que millones de persones se encuentren en situación de estrés hídrico. Globalmente en zona segura, las particularidades de cada zona del mundo -como por ejemplo España- sitúa a su población en una zona de riesgo.
La acidificación de los océanos ha sido históricamente detonante de las extinciones masivas. En comparación con los tiempos preindustriales, el agua del océano se ha vuelto un 30% más ácida, a un ritmo de transformación química cien veces más rápida que la registrada en los últimos 55 millones de años. Este límite está íntimamente ligado con el cambio climático (límite 1) porque aproximadamente un cuarto del CO2 que emitimos a la atmósfera se disuelve en los océanos donde se transforma en ácido carbónico (H2CO3 = H2O + CO2), reduciendo el ph del agua en superficie. Esta mayor acidez reduce la cantidad de iones de carbonato disponibles, ingrediente esencial utilizado por muchas especies marinas para la formación de conchas y esqueletos. Esta acidez creciente dificulta que organismos como los corales y algunas especies de mariscos y plancton crezcan y sobrevivan, cambiando con ello la estructura y dinámica del sistema oceánico.
Por ser un proceso nuevo y no haber una línea de base como sí la hay para otros procesos, los científicos no saben cómo medir los umbrales asociados a la carga de aerosoles de origen humano. ¿Cuáles son estos aerosoles? Son partículas microscópicas contaminantes generadas principalmente, pero no solo, por la quema de combustibles fósiles, que afectan tanto al clima como a los organismos vivos.
El concepto de nuevas entidades engloba elementos físicos inertes y vivos, artificiales y naturales, procesos, sustancias y tecnologías que, al ser de origen humano (creados o modificados por humanos), son todos y todas novedosas. Incluye un listado de cientos de miles de entidades que van desde materiales radiactivos hasta los microplásticos. Para estas nuevas entidades introducidas por humanos, por definición, no existe una variabilidad natural contra la cual una eventual variable de control pueda rastrear el cambio en las escalas de tiempo humanas (no hay línea de base), ni existe un precedente biofísico para identificar umbrales.
En una fecha tan reciente como enero de 2022, catorce científicos concluyeron en la revista Enviromental Science and Technology, que ya hemos conseguido superar este límite y nos encontramos en zona roja. De no saber dónde nos encontrábamos -como sigue ocurriendo con las cargas de aerosoles- se ha constatado que nos encontramos ya fuera de la zona planetaria de seguridad.
¿Seremos capaces de mantenernos dentro de los límites, o de regresar a zona segura?
Al igual que la humanidad ha sido capaz de progresar gracias a las sucesivas innovaciones que ahora sabemos que han supuesto, a la vez que enormes cotas de bienestar, numerosos riesgos para nuestra supervivencia futura, tenemos ahora la oportunidad de resetear nuestra forma de hacer las cosas y volver a zona segura.
Fuimos capaces de hacerlo en los años 90 del siglo XX cuando nos propusimos globalmente volver a zona segura tras acercarnos peligrosamente al límite relacionado con la capa de ozono estratosférico. Lo hicimos poniéndonos de acuerdo en la prohibición de los clorofluorocarbonos (CFC), sustancias químicas que estaban provocando un agujero en la capa de ozono. Seamos capaces de hacerlo con los otros ocho limites planetarios. Porque no hay planeta B.