Tendencias geopolíticas globales y sus impactos económicos
Abril de 2022 La invasión de Rusia a Ucrania ha devuelto a la geopolítica a las primeras páginas de los periódicos. La constatación de que la hegemonía de los EEUU en el orden global, aun siendo la mayor potencia económica y militar, parece haber llegado a su fin, es cada vez más evidente. No obstante, este proceso no es nuevo.Desde la gran crisis financiera China comenzó a desempeñar un papel mucho más relevante en el panorama mundial. La rivalidad entre las dos potencias con ambición de ser hegemónicas (EE.UU. con el papel de potencia consolidada y China como aspirante) se fue fraguando durante la pasada década, destacando dos hechos que reflejaban la decadencia de Europa como centro de los mapas de estudio y su cada vez menor importancia geopolítica.
El primero fue el llamado "Pivot to Asia" que anunció Barack Obama, que suponía un repliegue de sus intereses en Oriente Medio y Europa, situando el foco de la política exterior de los EE.UU. en el pacífico. El segundo fue la guerra comercial entre los dos bloques, esta vez bajo la administración Trump. EE.UU. se embarcaba en una disputa frente a frente con el gigante chino que lastró el comercio mundial durante varios meses y que puso sobre la mesa la vuelta de medidas proteccionistas en el terreno comercial. No obstante, los sucesos de 2014 (resumidos en la anexión de Crimea por parte de Rusia) fueron un toque de atención a esta nueva formación del orden mundial. La federación rusa, tras 20 años considerada fuera de juego tras la caída de la URSS, volvía a poner sobre la mesa que, si bien no es una potencia económica como las dos anteriores, sigue siendo un actor principal de la política internacional y que su poderío militar (aunque ahora puesto en cuestión como consecuencia de la resistencia ucraniana y las dificultades de haber cubierto sus objetivos en un corto plazo de tiempo) y en particular, el que le confiere el mayor arsenal de armas nucleares, la hacen de facto el tercer bloque en el nuevo orden mundial si bien, muy lejos de las capacidades de EE.UU o China.
Entramos pues en una era en la que predominarán las tensiones geopolíticas y donde la búsqueda de los intereses a largo plazo primará las relaciones entre bloques. De momento, parece que el semi-aislamiento de Rusia por parte de Occidente tras los eventos de 2014 no ha hecho sino acelerar el entendimiento sino-ruso, antaño dos potencias enfrentadas que ahora encuentran muchas más ventajas en la colaboración que en la disputa. De esta relación, China profundiza en su política comercial como elemento central en su visión geopolítica y estrecha lazos con la principal potencia de materias primas del mundo (prácticamente no hay materia prima de la que Rusia no tenga capacidad exportadora, siendo en algunos casos, como el níquel o el aluminio, primera potencia exportadora mundial), mientras que Rusia ve en la potencia china la principal vía de escape a la dependencia de los mercados europeos (tanto como exportadora de materias primas como importadora de tecnología), que tanto daño le hace cuando sufre las sanciones económicas impuestas como consecuencia de su estrategia militar.
Bajo este prisma, el conflicto que se libra en estos momentos en Europa del este no es sino un problema periférico, que atañe de lejos a las grandes potencias mundiales. Es cierto que este conflicto ha servido para implementar sanciones económicas nunca vistas entre potencias (como la congelación de los activos que poseen los bancos centrales), pero no deja de ser un evento con demasiadas similitudes a los ocurridos durante la guerra fría (Corea, Vietnam, Afganistán). No obstante, el potencial impacto es ahora mucho mayor que antes. La globalización y, en particular, la interdependencia de las economías a través de las cadenas de valor amplifica los efectos de un suceso, el de la invasión de Ucrania por parte de Rusia que, desde un punto de vista aséptico, no tendría que tener demasiada repercusión económica.[1] Pero el flujo de la producción, empezando por la materia prima, pasando por sus primeras transformaciones (bienes intermedios) hasta concluir en la fabricación del producto final, puede verse afectado desde la base. Esta interrupción de una parte de la cadena de producción lleva a una serie de disrupciones de oferta que terminan desembocando en mayores precios, fenómeno que ya se está produciendo, pero que en el extremo podría llegar, incluso, a paralizar la producción de determinados bienes (la escasez de microchips, por ejemplo, ha dificultado el proceso de producción de la industria del automóvil, una de las más globalizadas), derivando en consecuencias mucho más severas para las economías occidentales. Los efectos de arrastre de estos sectores económicos más globalizados son también unos de los más relevantes en términos de actividad y empleo.
(% total de exportaciones globales)
(% total de exportaciones globales)
Precisamente para evitar estas situaciones, algunas de las medidas anunciadas por países desarrollados de Occidente han ido en la dirección de retroceder en el proceso de globalización. Algunas industrias dependientes de bienes que han escaseado más recientemente han adoptado la decisión de ubicar la producción de los mismos en localizaciones geográficas menos sensibles a sufrir eventos geopolíticos adversos como los vividos en estos momentos en Ucrania. Asi, por ejemplo, Francia ha sido uno de los primeros países en anunciar la fabricación de microchips en el país, reduciendo así el problema de la dependencia exterior y garantizando la continuidad de la producción de las industrias que requieren este tipo de bienes, aunque ello suponga asumir mayores costes de producción y pérdida de bienestar para los consumidores y la economía en general. Un retroceso del proceso de globalización supone una mala noticia para la inflación. Tendremos muy probablemente que acostumbrarnos a un panorama diferente al vivido en las últimas décadas en lo que respecta al nivel general de precios.
(% internual)
Volviendo a la esfera geopolítica, hay que destacar que la posición europea es la gran ausente en este nuevo orden mundial. Es cierto que la guerra en Ucrania ha dado una sensación de más unión de todos los países miembros, mayor unidad política en la Unión Europea para hacer frente a los desafíos que plantea la esfera geopolítica a nivel global. Las noticas sobre los aumentos de los presupuestos militares van sucediéndose en la mayoría de países miembros y todos lo que contemplan este tipo de actuaciones ven -ahora- conveniente alcanzar el 2% del PIB reclamado por la OTAN (la media europea, actualmente, sitúa el gasto militar en el entorno del 1,3% del PIB), como respuesta a un entorno geopolítico cada vez más complejo. Además, cobra notoriedad el cambio de posición de Alemania, gran desinteresada en estas cuestiones, que parece haber dado un giro también a su política exterior. Pero la posición europea única en política exterior está aún lejos de conseguirse. La falta de agenda a medio y largo plazo condiciona la consecución de objetivos, y los pasos a dar chocan demasiadas veces con posturas propias de gobiernos particulares o con alianzas que trabajan al margen de la UE.
Los impactos económicos de esta nueva situación geopolítica son muy difíciles de cuantificar. La competencia entre potencias provoca equilibrios inestables que pueden desencadenar crisis globales. La guerra comercial vivida hace poco más de tres años fue una de ellas, y las consecuencias de la guerra de Ucrania y su impacto en el crecimiento mundial ha sido la siguiente. Lo que es seguro es que la fragua de un orden mundial distinto, con mayores disputas, provocará un aumento de la incertidumbre y aumentará la probabilidad de sufrir shocks externos al desempeño de la esfera económico-financiera, incrementando la ocurrencia de eventos estadísticamente raros.
[1] Con estimaciones para 2021, estaríamos tratando de la 11º (Rusia) y 56º (Ucrania) economías a nivel mundial en términos de PIB.