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El día después: atención medioambiental

Septiembre de 2020 La pandemia ha contribuido a fortalecer la conciencia medioambiental concediendo mayor prioridad si cabe a la lucha contra el cambio climático en la jerarquía de las políticas económicas de un número creciente de países.

Seguimos con ese ejercicio de anticipación de tendencias del día después, en el que en anteriores entregas hemos comentado algunos de los rasgos que estarán presentes en la escena económica global cuando esta se normalice. El mayor endeudamiento privado y público de la historia y un protagonismo público también sin muchos precedentes en tiempos de paz, han sido comentados en los dos números anteriores. Ahora quiero llamar la atención sobre la mayor sensibilidad hacia el medio ambiente, algo que hace mucho tiempo dejó de ser un rasgo característico de grupos minoritarios para convertirse en una aspiración cada día más extendida entre la población de un número creciente de países.

Es verdad que esa tendencia estaba claramente asentada antes de la pandemia. Las evidencias de deterioro no han dejado de sucederse durante las últimas décadas, así como las llamadas de atención por parte de distintas instituciones. Los Acuerdos de París de diciembre de 2015, en el contexto de la Convención sobre el clima de la ONU, definen el momento en que esa creciente conciencia se traduce en compromisos de una amplia mayoría de los países principales emisores de gases de efecto invernadero. El incumplimiento de los objetivos entonces fijados ha sido amplio, pero al mismo tiempo los gobiernos han presenciado una creciente presión de los ciudadanos al respecto, renovando el compromiso, salvo excepciones destacadas, como la actual administración estadounidense. Esa resistencia del presidente Trump tampoco ha impedido que algunos Estados hayan asumido aquellos objetivos o, quizás más significativo, que importantes empresas financieras, industriales y de servicios, en EE.UU., hagan suyos objetivos propios de la economía circular. Esa conciencia empresarial, el convencimiento de que cotiza favorablemente, ayuda a entender también el ascenso ininterrumpido de las «finanzas verdes», de las que esta revista se ha ocupado en repetidas ocasiones, y el compromiso de algunos bancos centrales, como el propio BCE, por priorizar los bonos verdes en sus adquisiciones de bonos privados en los mercados secundarios, consecuentes con las políticas de estímulos cuantitativos. Todo ello se encuentra amparado en un creciente respaldo de la población joven en todos los países. En ese contexto llegó la reclusión obligada por la extensión de la COVID-19.

En muy pocos meses el confinamiento consecuente con las pretensiones por reducir la extensión de la pandemia ha permitido verificar algunos de los efectos favorables derivados de la corrección de la tendencia contaminadora bajo todas sus formas. Desde luego, el brusco descenso de las emisiones derivadas de la combustión de fósiles por máquinas de todo tipo, las de transporte en un destacado lugar como consecuencia de esa pronunciada reducción de la movilidad en estos meses de reclusión. La gente ha percibido por primera vez cómo se relacionan con su ciudad sin tráfico de automóviles, sin ruidos y sin la contaminación habitual.

Pero también se han percibido los descensos de emisiones derivados de la producción de cemento o de acero, por ejemplo, igualmente paralizadas. El resultado es una contracción sin precedentes de las emisiones globales de CO2. El gráfico adjunto es muy expresivo; recoge la evolución de las emisiones globales desde la Gripe Española, con inflexiones significativas en las crisis como consecuencia del descenso en el uso de gas, carbón y petróleo. La previsión para el conjunto de este año es ciertamente significativa.

Todo ello El ascenso de esa preferencia coincide con su asociación con la dimensión social con que los objetivos de Naciones Unidas la consideran estrechamente vinculada al crecimiento económico inclusivo. Es razonable el estrechamiento de esa asociación entre los propósitos de preservación del planeta y el de procurar excluir al mínimo de personas. Esto último ha vuelto a emerger de forma muy explícita con esta crisis: la proporción de ciudadanos que viven cerca de los umbrales de pobreza ha aumentado de forma significativa como consecuencia de la reclusión obligada por la pandemia.

Emisiones globales de CO2
(miles de millones de toneladas de CO2 por año)
Fuente: Global Carbon Project, CDIAC e IEA.

No menos relevante es el papel que la lucha contra el deterioro del medioambiente va a tener en las inversiones asociadas al fondo de recuperación que la UE aprobó recientemente, el Next Generation EU. Junto a las asignaciones a tecnologías digitales, las inversiones en la transición energética ocuparán buena parte de esos 750.000 millones de euros. Los gobiernos regionales y nacionales tendrán que identificar proyectos con ese denominador común.

Haciéndolo así la UE apuesta por la compatibilidad entre recuperación del crecimiento y reconstrucción, sobre bases que permitan una mayor modernización de las economías, siendo la preservación del medio ambiente uno de sus principales exponentes. Al socaire de esas inversiones veremos cómo diversos sectores, incluido el turismo, tratan de hacer de la necesidad virtud y mejorar su comportamiento y eficiencia medioambiental. Ocasiones tendremos en los próximos meses de verificar si esta nueva tendencia acaba instalándose de forma definitiva en la nueva confirmación de la economía global, no solo la europea.

Emilio Ontiveros es presidente de Afi y catedrático emérito de la UAM