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Laponia XV: la reinvención rural y las lecciones aprendidas

Julio de 2020 Las condiciones naturales de los territorios despoblados (escasísima densidad de población, actividades productivas y redes de intercambio) son tan determinantes que la gestión de su dinamismo debe ser compartida y colaborativa.

Muchas personas ya se han dado cuenta. Todo confluye en una valoración acrecentada de lo rural. No siendo ésta condición suficiente, sí que lo es necesaria. Sin ese substrato no sería posible lograr, como ahora parece más posible, que el mundo rural despegue hacia un futuro de plena y feliz expresión de su potencialidad. Ahora es el momento en el que se pueden lograr desarrollos que, de otra manera, tardarían lustros. Tantos lustros como llevan miles de agentes y pequeños colectivos tratando de asentar sus proyectos, obligadamente limitados, en un marco carente de recursos y plagado de obstáculos.

¿Hay lecciones aprendidas que deban tenerse en cuenta en este momento? Yo diría que docenas, si no cientos, de lecciones deberían tenerse ya muy bien aprendidas. Pero el «ejercicio» de reinventar lo rural no es ni un experimento (que a lo mejor debería serlo, en el sentido conductual) ni una consultoría. Es algo que sucede espontánea y naturalmente, desde abajo, como tantas veces he señalado en esta serie, de forma cotidiana. Donde los protagonistas de este movimiento cambian de proyecto a menudo, sin contacto entre ellos muchas veces, haciendo gala de un gran «adanismo» y en cuyo empeño se invierten muchísimos recursos de todo tipo, especialmente mucha energía personal. Al parecer inagotable... hasta que todo se embalsa.

Las lecciones aprendidas pueden ser de carácter negativo y se pueden referir a dos grandes categorías de resistencias al cambio: (i) obstáculos y (ii) trampas. Hay obstáculos con los que topamos y trampas en las que caemos, puestos a cada lado del camino por normas insensibles al marco rural (y despoblado), resistencias culturales y falsas ayudas (a menudo bien intencionadas).

Si hubiera que destacar algún obstáculo por excelencia, que a estas aturas deberíamos tener bien aprendido de cara a la reinvención rural, es el administrativo. Todos los proyectos que se impulsan chocan de manera frontal, sin apenas excepciones, con unas normas administrativas del S. XX, pero de principios de siglo. El «lobby ruralista» debe tenerlo claro: destinar recursos y sus más potentes herramientas de unión y comunicación a denunciar la inaceptable obstrucción que normas por completo ajenas a este siglo y, especialmente, al sector oponen al avance de las fuerzas innovadoras.

A su vez, la trampa favorita de los innovadores rurales, de la que ya muchos han despertado, es la de las subvenciones y ayudas públicas. Y lo dice quien apoya activamente una «fiscalidad diferenciada» (transitoria) para los territorios despoblados. La trampa consiste en instalarse en la mentalidad de que los proyectos innovadores rurales sean viables a base de subvenciones permanentes. Tanto como odiamos los obstáculos administrativos amamos las subvenciones. El lobby ruralista también debe tenerlo muy claro en lo que se refiere a la necesidad de basar sus proyectos en supuestos realistas, autosuficientes y rentables para las comunidades que los impulsan y acogen.

Muchos proyectos innovadores requieren de apoyos. En ocasiones hay justificación para tales apoyos y, si el proyecto sale adelante, puede haber un relevante «retorno social» que los amortice. Estos apoyos deben ser temporales, condicionados y, además, estimuladores de la necesidad de prescindir de ellos. Pretender que nuestros proyectos carezcan de cuenta de resultados (incluidos los sociales, en cada caso) y que para suplir esa carencia están los recursos públicos es una brecha en la línea de flotación del futuro y la sostenibilidad del mundo rural. La buena noticia es que, poco a poco, emergen apoyos desde el capital riesgo de impacto.

Entre las lecciones aprendidas se encuentran otras tantas de carácter positivo, a su vez agrupadas en otras dos categorías: (i) colaboración y (ii) ambición. La repoblación de los territorios despoblados, su dinamización social y económica, la reemergencia y gestión del valor que atesoran se está haciendo, como no puede ser de otra forma, desde la colaboración. Es tan baja la actividad de estos territorios que la competencia carece de masa crítica sobre la que expresarse. Es la hora de la suma de esfuerzos. Desde esta metodología se postulan las mejores prácticas constatadas en todas las comarcas despobladas en las que se están consiguiendo resultados. La lección de la colaboración debe extenderse generando sobre sus axiomas los «modelos de negocio» para la repoblación.

El momento de la competencia vendrá más adelante. Lo colaborativo es también la compartición de esfuerzos, riesgos y resultados.

Respecto a la ambición, caben muchas cualificaciones. La idealización del rural o la fantasía en la que a menudo desemboca la búsqueda de la autosuficiencia son, desgraciadamente, dos de sus principales vías de agua. La osadía, la perseverancia y el reto a los convencionalismos son ingredientes del éxito de los proyectos para la reinvención del rural. Lo que la experiencia de muchos lustros nos enseña es que la osadía y el pensamiento no convencional permiten superar la falta de recursos, de bancos de pruebas, de laboratorios o de estudios de mercado en los territorios despoblados.

Vuelvo a una tesis que he defendido ampliamente en esta serie: más vale banda ancha que vía estrecha. No he aludido a la tecnología en esta tribuna. Hasta ahora. Porque la gran lección aprendida para la reinvención rural, además de todas las anteriores, es la validación de esta afirmación. Las extraordinarias circunstancias del enorme shock que está constituyendo la pandemia han llevado una y otra vez a poner el acento en el binomio rural-tecnología. Frente a una administración decimonónica que, para más inri, se expresa en el mundo rural carente de toda sensibilidad y ante la necesidad de organizar la cooperación sin fantasías y con «partida doble» (marco contable) la tecnología ofrece una vía ineludible de impulso, estrechamiento de distancias y escalas o verificación y trazabilidad que ninguna administración osaría imaginar, en el caso de que supiera cómo.

José Antonio Herce es socio de LoRIS