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Laponia VII: colaboración, coordinación, flexibilidad

Octubre de 2019 La colaboración es un imperativo para que las escasas fuerzas que se concentran en los territorios despoblados tengan efecto.

Todo empeño humano y colectivo requiere cooperación entre agentes, coordinación de estos y flexibilidad en lo que se requiere de cada uno en la tarea común. Cuando este empeño se refiere al mundo rural estas tres condiciones deben expresarse con especial énfasis y de manera diferente a como lo hacen en el mundo urbano y, especialmente, cuando este mundo rural agoniza a causa de la despoblación, lo que trae consigo la pérdida de funcionalidad del territorio, el abandono de actividades y la expulsión acrecentada de personas, empleo y actividades.

La colaboración empieza, naturalmente, entre los propios agentes que protagonizan la batalla diaria por la supervivencia de la funcionalidad antes aludida. Pero su dificultad se acrecienta porque los elementos materiales de esta cooperación, es decir, las comunicaciones personales, los recursos físicos o los espacios donde actuar y compartir, desaparecen poco a poco. El cierre de un comercio o un bar recorta a veces dramáticamente la posibilidad de juntarse. Solo la movilidad analógica o virtual (ninguna es fácil en los territorios despoblados), aunque a distancia de la experiencia directa e inmediata, representa una batalla diaria y es la única forma de salvar la ausencia de espacios físicos inmediatamente accesibles para la acción y la relación.

La colaboración es un imperativo para que las escasas fuerzas que se concentran en los territorios despoblados tengan efecto. No cabe menospreciarla, aunque a veces es casi incompatible con la idiosincrasia de los pobladores, sean naturales o venidos de fuera y entre ambos. Sin embargo, deben ponderarse los enormes esfuerzos que están desplegando sobre el terreno individuos y pequeños colectivos para dinamizar los territorios despoblados.

Justamente, este bullicio «at the bottom», en alguna medida colaborativo, merece profundizarse. También merece un mejor y mayor esfuerzo de coordinación. Entre los agentes que actúan en el terreno se encuentran también agentes institucionales, mayoritariamente instancias locales a escala municipal, comarcal o provincial. Se trata de pequeñas estructuras (como los Grupos de Acción Local, o la Red Natura), que están organizadas y disponen de ciertos recursos, entre otros, las redes que forman. Aquí es donde la coordinación es imprescindible. Coordinación entre los niveles institucionales, pero especialmente también con los agentes personales o colectivos sobre el terreno de mayor definición. Implicándoles a todos en la planificación, la definición de estrategias y la gestión de recursos que siempre serán escasos. Facilitando la emergencia y realización de esas relaciones de movilidad, interacción y acción que la ausencia de otros recursos materiales de mayor envergadura como se encuentran en los territorios más poblados (incluidas las famosas infraestructuras) no va a permitir jamás.

La coordinación de agentes que actúan de manera descentralizada y directa, seguramente la más eficaz y eficiente que se pueda dar en territorios desposeídos de funciones y jerarquías potentes, no es fácil y prospera mal donde la centralización y la burocracia se imponen a la agilidad necesaria para solventar la mayoría de los asuntos que son vitales para la supervivencia de los territorios despoblados.

Por ello es necesaria la flexibilidad. Las tareas de los agentes que actúan en los territorios despoblados, sus organizaciones o negocios, las microempresas que se puedan crear, la resolución de trámites requeridos por las autoridades de control o los reguladores de estas actividades, los suministros de estas. Toda la actividad que se desempeña en los territorios despoblados sea esta personal, productiva o relacional, forma un patchwork multicolor compuesto de variadísimas piezas de colores. No se trata de operaciones que requieren de recursos enormes, o plazos que acomodan con naturalidad procesos administrativos largos y exigentes. No, se trata de operaciones minúsculas, realizadas por agentes que carecen de estructura, o recursos financieros relevantes o, lo que es más importante, tiempo de espera hasta que se les autoriza tal o cual fase de su actividad.

Flexibilidad administrativa, por supuesto, pero flexibilidad sobre todo en la adaptación y despliegue de normas adecuadas para la conducta ágil de las actividades que se desarrollan en los territorios despoblados. Meras declaraciones firmadas para la apertura de pequeños negocios, locales, tabernas o botiquines de farmacia. Y luego auditorias o inspecciones que demuestren que se cumple la normativa básica. No permisos o certificaciones que se eternizan o imposibles de completar en tiempo útil. Normas exprés que permitan rápidamente la rehabilitación de locales, viviendas. La movilización inmediata de recursos que, de otra forma, estarían en «manos muertas» disponibles para nada o para nadie. Sin la necesaria flexibilidad y simplificación de las operaciones productivas y su regulación, o de la gestión de recursos disponibles solo mediante su adaptación rápida a nuevos usos, el aliento pesado y letal que ha acabado con buena parte de la esperanza de los habitantes de los lugares semi abandonados seguirá produciendo el desánimo de los agentes que aún los pueblan y disuadiendo a quienes desearían intentar una nueva vida en ellos.

José Antonio Herce es Director asociado de Afi