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75 años de Bretton Woods

Junio de 2019 Raro es el día que no emerge alguna señal de retroceso
en aquellas pretensiones de cooperación internacional.


Están cercanos aquellos días de julio de hace 75 años durante los que se alumbró el sistema de cooperación económica y financiera internacional. En aquel emplazamiento turístico de Bretton Woods nacieron acuerdos e instituciones multilaterales que serían cruciales en la consecución de la expansión de los intercambios internacionales y en el empuje al crecimiento económico mundial. La cooperación internacional era el elemento esencial que presidió su convocatoria, la necesidad de garantizar un sistema multilateral de cooperación para la paz que sobrevendría. Eran reglas necesarias, reducción de incertidumbre y capacidad de las empresas para tomar decisiones, para que las economías pudieran garantizar la prosperidad ausente durante los años de la Segunda Guerra Mundial y el largo periodo de la Gran Depresión que la precedió.

Las décadas que siguieron a esos acuerdos registraron un aumento del comercio y del crecimiento económico que llegó a un número creciente de países, a medida que la apertura se asumía como condición necesaria para el desarrollo. El final de la «Guerra fría» aceleró de forma notable ese proceso. Además de la incorporación de nuevos países a la escena internacional, descendieron de forma significativa los costes del transporte de mercancías al tiempo que las tecnologías de la información y de la comunicación favorecían la conectividad de las economías y, no menos relevante, la distribución de los procesos de producción de las empresas multinacionales entre un número creciente de países, atendiendo a sus ventajas relativas.

Ahora esas ventajas del multilateralismo están seriamente cuestionadas. Pocos motivos tenemos hoy para la celebración, a no ser que se aproveche ese aniversario para mentalizarnos de los peligros de la deriva introspectiva en la que estamos inmersos. Raro es el día que no emerge alguna señal de retroceso en aquellas pretensiones de cooperación internacional. La guerra comercial y tecnológica hoy abierta, fundamentalmente entre EE.UU. y China, es la síntesis de la involución en marcha. Pero esa refriega coincide con la visualización de tendencias de naturaleza estructural que impiden deducir si la contracción del comercio es solo la consecuencia del deterioro geopolítico.

El volumen de comercio sigue descendiendo desde su brusca interrupción durante la crisis de 2008. A pesar de que las economías crecen, aquel lo hace a un ritmo inferior. La razón de esa atonía de los intercambios no es únicamente el proteccionismo emergente, sino también la debilidad en la demanda de aquellos bienes que tradicionalmente han sido en mayor medida objeto de comercio, como son los bienes duraderos y de inversión. Quizás de forma más permanente es el arraigo de las mencionadas cadenas de producción trasfronterizas, la fragmentación de la producción en diferentes fases distribuidas en países distintos. A ello hacen referencia varios de los artículos del último número de la revista del FMI, Finance and Development.

Más de las dos terceras partes del comercio internacional actual tiene lugar en el seno de esas cadenas de valor, frente al 60% en 2001, afirma David Dollar en su artículo, «Invisible Links». Uno de los casos más ilustrativos es el sector del automóvil, donde los 15.000 componentes que conforman un coche moderno son frecuentemente producidos por empresas distintas en localizaciones diferentes, en uno de los tres grandes hubs que ese sector tiene en el mundo: América del Norte, Europa y el este de Asia. Esa transformación está insuficientemente reflejada en las estadísticas de comercio internacional, lo que no ha impedido que se hayan deducido conclusiones políticas erróneas que han dado pie a la emergencia de las tensiones proteccionistas que estamos sufriendo. En la administración estadounidense sigue demonizándose el déficit comercial, desde luego el que de forma bilateral se mantiene con China. Las estadísticas de comercio internacional miden el valor bruto, no el valor añadido en tramo de la cadena de valor. Tampoco capturan las estadísticas oficiales la creciente importancia que tienen los servicios contenidos en las manufacturas, desde la computación a la logística o el marketing.

David Dollar pone como ejemplo relevante el caso de los teléfonos inteligentes que exporta China. Cuando se venden a EE.UU., las estadísticas oficiales registran su valor total como una importación proveniente de China. Pero de la investigación de las cadenas de valor que llevan a cabo la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial puede deducirse que sería más apropiado afirmar que EE.UU. importa de China diferentes tipos de valor añadido provenientes de diferentes socios, incluidos el ensamblaje intensivo en trabajo que se hace en China o las más sofisticadas manufacturas de Corea del Sur.

Son precisiones significativas. Desde luego, para valorar las justificaciones de la guerra abierta. Pero quizás mas relevante, para hacer lo propio con lo que pueden ser sus efectos a medio plazo.

Emilio Ontiveros es presidente de Afi y catedrático emérito de la UAM