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Robots VIII: los robots y la «España Vacía»

Septiembre de 2017 «La desmaterialización de las actividades humanas y el creciente peso de los servicios prestados por vía telemática están permitiendo conciliar la realización de actividades productivas en cualquier lugar»

¡Ya está, a medida que las dos terceras partes del territorio español se vayan quedando vacías, las repoblamos con robots! Como tontería no está nada mal. Pero, ¿eso es todo lo que pueden hacer los robots por «la España vacía», como la denomina el imprescindible Sergio del Molino?

La buena pregunta es cómo la digitalización, la inteligencia artificial y los robots pueden ayudar a contener o revertir este drama que se repite una y otra vez desde hace décadas en nuestro país.

De los 8.125 municipios que censa a 1 de enero de este año el último padrón municipal de la población del INE, el 61% tiene menos de 1.000 habitantes y si sumamos a estos los municipios de entre mil y 5 mil habitantes ya cubrimos el 84% de los municipios. De menos de 500 habitantes, hay un 48,4% de municipios y, todavía, un 15,6% de municipios con menos de 100 habitantes (1.271 municipios). La población promedio de estos últimos es de 58 habitantes, un 6,1% menor que la que tenía esta categoría en el 2000, a la vez que estos municipios ultra-pequeños han aumentado desde ese año en un 39,2%.

Si esto no es despoblación, que vengan los robots y lo vean. Muchos dirían, incluso, que en este contexto de despoblamiento creciente ni los robots serían capaces de intervenir. Éste es el reto.

El territorio encierra un ingente valor que aflora cuando las funciones que puede desempeñar se acoplan a las funciones que desempeñan los grupos humanos que en él se asientan. Sucede que, para una gran parte del territorio español, el desacoplamiento de las primeras y las segundas se ha venido extendiendo hasta adquirir carácter de no retorno.

Hay, sin embargo, una esperanza. La desmaterialización de las actividades humanas y el creciente peso de los servicios prestados por vía telemática están permitiendo conciliar la realización de actividades productivas en cualquier lugar, lo que se combina con una demanda creciente también de calidad de vida asociada a los ámbitos rurales para generar una segunda oportunidad para el mundo rural... si se acabasen dando otras condiciones necesarias para la conducta de una vida, en estos ámbitos, tan buena o mejor como la vida en las ciudades medias o grandes.

Entre estas otras condiciones hay muchas de orden puramente material, entre ellas las relativas a la movilidad y los servicios prestados a las personas sobre el terreno, lo que suele ir estrechamente unido en territorios amplios y escasamente poblados, como ineludiblemente son y serán siempre los ámbitos rurales.

Aquí es donde entran los robots que necesita el mundo rural: en la ordenación y eficiencia de esta cadena de movilidad y servicio, mediante plataformas y protocolos digitales, a demanda y servidos por máquinas autónomas. Esta revolución no ha comenzado ni siquiera en los ámbitos rurales, pero la tecnología está ya testada y algunas experiencias piloto están demostrando su utilidad.

Habrá quien, habiendo llegado hasta aquí, se sienta decepcionado porque no he dicho nada de las vacas, las cosechas y otros elementos constitutivos del mundo rural, que en España llamamos «el campo». Pues bien, ahí va: los drones, los sensores y los robots de todo tipo están ya poniendo en valor las explotaciones agrícolas y ganaderas. Están determinando el momento óptimo para vendimiar, por ejemplo, racimo por racimo, y cada uno en su momento. Están optimizando el consumo de energía y ayudando a generar más energía. Están decidiendo cómo gestionar masas forestales. Previniendo plagas y enfermedades. Aunque, por ahora, de manera limitada. Se necesitan inversiones.

Los robots pueden evitar que se vacíe el mundo rural de muchas maneras y ayudar a que nuevos pobladores lo ocupen con actividades nuevas o convencionales renovadas. No basta con programarlos para ello, sino con que nos reprogramemos a nosotros mismos y sepamos discernir nuestras prioridades y las de nuestros hijos en los próximos años. Si el mundo rural llega a despoblarse, se habrá perdido por muchos años un valor enorme, a menos que lo impidan los robots.

José Antonio Herce es director asociado de Afi