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CUÉNTAME I: Mi edad

Febrero de 2025

Lo malo del género "tribunario" que vengo practicando desde hace unos años en Empresa Global, a base de series anuales temáticas volcadas en la socioeconomía y escritas con circunspección y desenfado, es que, como las parcelas ricardianas, hay que meter mucho fertilizante para que el paso del tiempo no degrade las bases productivas del suelo de cultivo. Lo que en mi caso quiere decir que conviene tomar fósforo. No es extraño que la pregunta que nos intercambiamos cada año con las responsables editoriales de Empresa Global sea ¿de qué va a ir la serie de este año?

Para este retador y simbólico 2025, además, conviene el fósforo a ración doble, pues en y primeros años como profesor universitario. Una especie de "Cuéntame", de ahí el título que, no sin barajar otras opciones, he elegido finalmente.

Economía, demografía, sociedad, educación, sanidad, pensiones, vivienda, automóviles, migraciones... ayer (los sesenta y setenta del siglo pasado) y hoy. Mis vivencias en estas materias (seré económico con la verdad, lo prometo, no les voy a contar mi vida) y lo que los datos de entonces revelaban comparados con mis vivencias y lo que los datos actuales revelan hoy.

Empiezo con una curiosa anécdota personal acerca de cómo anticipé hace muchas décadas algo que en la actualidad es, para mí, un constante motivo de análisis y reflexión: la esperanza de vida. Mejor dicho, mi esperanza de vida.

Debió ser hace unos 60 años cuando tuve por primera vez una clara percepción de cuál podría ser la duración de mi vida. Tendría quizá unos 14 años y discurría un verano sin preocupaciones pues había aprobado el curso del bachillerato elemental del instituto en junio. En una de esas tardes algo ociosas que a veces se daban, hablando de asuntos varios con mi hermano y un primo de Madrid, que nos pasaba un año y varios pueblos, dimos en preguntarnos acerca de cuántos años viviríamos. En unos minutos llegamos a la conclusión de que los 75 años era una edad más que aceptable para irse, como decía nuestro abuelo Vicente, "a las Californias". El abuelo Vicente, por cierto, vivió 100 años.

Mientras escribo esto consulto las tablas históricas de mortalidad de la Human Mortality Database y leo que, en 1965, la Esperanza de Vida de un varón de 14 años, mi edad entonces, se estimaba en 57,8 años adicionales, es decir casi 72 años de vida por cumplir. No fue la nuestra, pues, una mala aproximación, sobre todo teniendo en cuenta que hasta muchos años después no supe lo que era una Tabla de Mortalidad ni cómo calcular la Esperanza de Vida.

Estoy a menos de dos años de dicha predicción y, la verdad, no me preocupa un comino ya que las últimas Tablas de Mortalidad del INE (para 2023) me permiten estimar unos 14,2 años adicionales de vida, lo que a la edad antes comentada arroja una vida de 87 años y medio. Bien, lo compro. Y ya hablaremos.

Creo que estos breves párrafos expresan bien el objetivo que me he marcado para la serie de este año, que no es otro que el de traer al presente las percepciones de un testigo, parcial, claro, pero circunspecto y desenfadado, de ayer y hoy.

Con 14 años no se es precisamente un saco de racionalidad o sabiduría, menos aún de experiencia. Pero, a esa edad o, mejor, entre los 15 y los 25 años, ya has leído muchos buenos libros, te has fijado en muchos asuntos del mundo, de tu país y sociedad y de tu tiempo, y conservas la memoria cabal de lo que más te ha impactado, de forma que puedes compararlo con lo que observas en la actualidad. Al menos en la generación a la que yo pertenezco.

Pues este es el resultado. Discúlpenme la inmodestia, pero me gusta mucho eso de contrastar los datos y acontecimientos socioeconómicos que percibí (o sucedieron) mientras vivía mis años de factura adulta, entre hace 60 y 50 años, con las realizaciones actuales.

Y, créanme, eso de "realizaciones" lo escribo ahora mismo sin saber muy bien si en todos los casos que se me ocurra analizar habrá o no margen para la complacencia. Vamos allá.

José Antonio Herce es socio de LoRIS